La tarea
espontánea de generar un vínculo con otro ser humano con el objetivo de amar es
frecuentemente distorsionada por la angustia originada por la percepción de no
pertenecer. Podemos sentirnos solos, inadecuados e insuficientes.
Enfrentar
una situación tan esencial como la del acercamiento a otro en busca del amor,
puede resultar dolorosa si no comprendemos que los mecanismos relacionantes
funcionan basados en las imágenes internas que tenemos de nosotros mismos.
A veces
nos sentimos atraídos por aquel, en quien no puede ser. Buscamos el
cumplimiento de la promesa jamás cumplida. La imposibilidad precede. El inconsciente
lo sabe, y elabora los datos que computan un escenario conocido. El resultado
es el mantenimiento del deseo bajo una premisa que nos es manejable.
El que
esa premisa sea sana o no, depende de nuestra historia personal. Y el
identificar que esa premisa es negativa y patológica puede ser un trabajo
constante en nuestra vida. Darme cuenta que la combinación recurrente de
elementos similares en mi entorno dará como resultado algo fallido ha sido
doloroso para mí estos días. Dos más dos dan cuatro. Cómo me relaciono con
determinado tipo de personalidad siempre concuerda en una relación, pero no
siempre sana.
En días
pasados me preguntaba en terapia, cómo podría darme cuenta de que el amor con
alguien no funcionaría. ¿El simple hecho de que el otro me guste debería ser
una señal? Pienso que la clave está en el trabajar en darme cuenta cuál es el
elemento que me engancha al otro, el que me da el goce. Ese goce que implica la
perversidad del masoquismo.
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